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jueves, noviembre 21, 2024
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Al maestro, con cariño

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Al recibir la noticia pensó en dos personas: su mamá, Catalina Elena Sintes; y, su maestro, Louis Germain. A los dos les debía quien era, y, por supuesto, el Premio Nobel de Literatura, otorgado en 1957, por el conjunto de su obra filosófica.

La madre de Albert Camus (1913-1960) provenía de una familia española, que emigró a la ciudad de Argel, donde nació el pensador. Era una mujer pobre, analfabeta y casi sordomuda.

Nunca pudo leerle a su hijo; cuando Albert regresaba de la escuela -contó el escritor- ella acariciaba los libros, como si atesorara su futuro, y lo apoyó para que aprendiera lo que quisiera, y disfrutara del placer de leer y escribir.

El gusto por los libros y el estudio era un lujo, y la familia decidió que Albert debía terminar la escuela; y buscar un empleo para contribuir al sostenimiento del hogar.

Al enterarse, el maestro Germain decidió visitar a Catalina, para que desistiera de la idea, y que Camus siguiera sus estudios, obtuviera el bachillerato y optara por una beca.

El tiempo confirmó las expectativas del educador. Además de sus aficiones deportivas: natación, boxeo y portero, en el equipo juvenil de la Universidad de Argel; Albert se graduó en filosofía y letras.

Lo rechazaron como profesor por su avanzada tuberculosis; solo le quedó trabajar como periodista, eso le abrió las puertas de la literatura y alcanzó fama con obras como La Peste, El Extranjero, El mito de Sísifo, El hombre rebelde.

La fama no se le subió a la cabeza. Siguió siendo el mismo Albert, aquel niño pobre, necesitado de alguien que confiara en su talento, y lo guiara con bondad por la vida.

Nunca olvidó a su maestro. Lo recordó en el discurso de aceptación del Nobel, y en una  carta donde agradeció todos sus desvelos. Su hija, la reveló 35 años después de la muerte del escritor, en 1960, en un accidente de tránsito.

“Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, nada de esto hubiese sucedido”, escribió Camus.

Y agregó: “Sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso, continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido”.

El maestro Germain estaba empeñado en desarrollar el genio de Camus, lo preparó para el bachillerato; lo acompañó en el tranvía al examen de ingreso al Instituto, lo esperó sentado en una banca y después gestionó una beca.

Al responder la carta le dijo: “Creo conocer bien al simpático hombrecito que eras y el niño, muy a menudo contiene en germen al hombre que llegará a ser. El placer de estar en clase resplandecía en toda tu persona”.

Finalmente, expuso su tristeza por los proyectos amenazadores, que ayer como hoy se ciernen sobre la escuela, y la falta de respeto a lo “más sagrado que hay en el niño: el derecho a buscar la verdad”.




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