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A comer como la gente

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Imagen: “El banquete de Cleopatra” (1743-1744), de Giambattista Tiepolo

Tal vez parezca pedante levantar el meñique mientras se sostiene una taza de café o pedir que le pasen la mantequillera, en una época donde los modales y la etiqueta son un artículo de lujo, debido a que muy pocos los utilizan por considerarlos absolutamente ridículos.

Nada más falso. Un rápido vistazo a la historia de los diversos implementos utilizados en nuestras mesas, revela que estos se desarrollaron con la aparición de los modales y la buena conducta en el difícil arte de comer.

Es imposible precisar cuándo el ser humano se dio cuenta que era mejor ingerir los alimentos calientes; según los antropólogos esto obedece a una característica de los animales depredadores que devoran a su víctima mientras el cuerpo está aún tibio.

Más allá de ese dato lo importante es saber que en el pasado la gente engullía los alimentos, se chupaba cada uno de los diez dedos de la mano, eructaba y poco les faltaba para devorar al comensal que les hacía compañía.

Pasarían miles de años hasta que comer juntos alrededor de una mesa fuera carta común en la vida social. En el siglo XII un manual sobre “Educación en la mesa” recomendaba: “Tira los huesos debajo de la mesa, pero ten cuidado de no herir a nadie.”

¡Pásame la sal!

Los egipcios, los romanos y los griegos fueron de los primeros en comer de manera refinada, tanto así que introdujeron un recipiente llamado “lavafrutas”, el cual contenía agua con hierbas y flores para que los invitados se lavaran las manos. 

Otro implemento antiguo es “el vaso”, cuyo antepasado inmediato es “la copa” y que era de estaño y como precaución para evitar envenenamientos, se pasaba de boca en boca. 

Se acostumbraba que las copas se dejaran sobre la mesa y si un invitado deseaba beber, un criado se la acercaba a los labios. El hábito de usar vasos individuales solo se hizo común durante el siglo XIX.

El origen de las “vinagreras” se desconoce, solo se sabe que las primeras aparecieron en el Mediterráneo, ya que los romanos aderezaban las ensaladas con aceite y vinagre. 

La “ensaladera” actual data del siglo XVIII, momento en que se impuso en Europa la moda de comer verduras crudas, con salsa a la vinagreta.

Los comensales medievales enloquecían por las salsas, de ahí que inventaran “el salsero”, fabricados de plata o estaño.

En la Edad Media el acto de comer comenzó a refinarse aún más; tanto así que aparece “el mantel”, un auténtico distintivo de clase.

Los primeros eran llamados “napa” y no cubrían completamente la mesa. Sobre este mantel colocaban un trozo de tela a manera de servilleta, y con el los amos se limpiaban la boca y las manos, colectivamente.

La verdadera revolución en el refinamiento del arte de comer ocurrió a partir del Renacimiento, gracias al desarrollo de una nueva clase social: los burgueses.

Aquellos señores, enriquecido con el comercio y la banca, tenían bastante tiempo libre, el cual empleaban en una vida más regalada. Una de esa formas de matar el tiempo era la buena mesa.

Del siglo XV en adelante los invitados a un banquete comenzaron a comer con tres dedos y limpiarse las manos con el mantel, al contrario de otros groseros que seguían chupándose los dedos hasta el codo y llenaban de grasa todo lo que tocaban.

Uno de esos primeros utensilios fue “la mantequillera”; de uso habitual en la Europa del siglo XV; esta actuó como un signo de liberación social pues permitía consumir grasas animales sin tener la presión de las exigencias religiosas que prohibían este producto.

“La cuchara” surgió durante la Edad Media y aunque al principio era de uso común rápidamente se individualizó, sobre todo al perderse la idea del comunitarismo al momento de comer. Ya para el siglo XVII era mal visto tocar los alimentos con las manos.

Y con la cuchara se podía sorber la sopa de una manera más educada, lo que desterraría para siempre el uso de la escudilla – recipiente hecho de madera, barro o metal-.

En el siglo XVIII surge “la sopera” y causó tal revuelo que las del estilo Imperio eran auténticas obras de arte, por la cantidad de estatuillas de estilo clásico que las adornaban.

Durante el siglo XV aparecieron “los cubiertos”. Enrique de Villena, en un manual de cocina de 1433, menciona unos tenedores de dos o tres puntas.

Felipe III y su vasallo, el duque de Lerma, impusieron la moda del cubierto en la corte francesa, sitio en el cual evolucionaron hasta que en el siglo XVII las puntas fueron redondeadas para evitar que los comensales las utilizaran para limpiarse los dientes.

Junto a los cubiertos se individualizó el uso del “plato”, otro implemento común en la Edad Media y popularizado por Francisco I, rey francés del siglo XVI. 

El heredero de este es “la fuente”, un viejo resabio de los tiempos en que los comensales cogían los alimentos con la mano o con un trozo de pan.

 Con el desarrollo de la industria del vidrio en Europa, durante el siglo XVII, comenzaron a fabricarse las primeras “jarras”; por esa época eran de cristal traslúcido o de color y eran muy apetecidas las que hacían los vidrieros de Venecia y Bohemia.

Si bien muchos implementos de mesa adquirieron relevancia con el tiempo, otros la perdieron. Así ocurrió con la “fuente lavafrutas”, que fue desplazada por el tenedor hasta convertirla en una “escupidera”.

Otro caso fue el del “salero”, cuyo contenido era símbolo de purificación y riqueza,  que en el siglo XVI pasó a ser un artículo modesto.

Pero no se crea que durante la cena los comensales eran tan meticulosos, había tal cantidad de malos hábitos que la duquesa de Orleans escribió en 1702 que no podía abandonar la cocina sin encontrar a algún cortesano orinando en el corredor.

Erasmo de Rotterdan decía: “hay personas que, apenas sentadas, se llevan la mano al plato, parecen lobos”.

De tal manera, utilizar adecuadamente los implementos de cocina y comportarse debidamente, nos hacen aparecer por fuera como deberíamos ser por dentro: exquisitos.

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