
Laura Sauma
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Recién, dos diputadas renunciaron a la bancada del Partido Liberal Progresista. En lugar de analizar si sus propuestas estaban alineadas con los principios del partido, o si habían generado algún beneficio para la sociedad, el debate se centró en su condición de mujeres.
Una vez más, la narrativa de la violencia política sirvió de escudo, evitando una evaluación real de su gestión y desempeño; los cargos públicos deben ser cuestionados por sus resultados, no por características personales.
La bancada Liberal Progresista ha sido una gran decepción. Jorge Dengo, quien para muchos era su mejor exponente, se marchó hace tiempo, y con él, el único proyecto de impacto real que se le puede agradecer a la fracción: la rebaja en el marchamo.
Desde entonces, no ha habido una agenda clara que beneficie a la mayoría, sino una serie de posturas ambiguas y decisiones alejadas del propósito original del partido.
Esto no tiene nada que ver con si son hombres o mujeres. Uno esperaba una agenda diferente, simplemente. De ahí mi reflexión.
Este episodio me recordó un artículo que escribí hace algún tiempo y que, coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer, decidí revisitar.
Me hizo reflexionar sobre lo que realmente significa la igualdad y cómo, en muchos casos, se distorsiona para justificar privilegios en lugar de oportunidades justas.
¿Qué aceptamos como feminismo?
Siempre he tenido claridad en mis convicciones, por lo que rara vez siento la necesidad de explicarlas. Hace algunos años, en un contexto similar al de hoy, mencioné que no me identificaba con el feminismo. Un compañero, intrigado, me pidió que desarrollara mis razones por escrito, y de ahí surgió este análisis.
Después de reflexionar sobre mi incomodidad con la etiqueta “feminista”, llegué a la conclusión de que el problema radica, en que al feminismo se le han adherido conceptos ajenos a su esencia.
En mi caso particular, con la rebeldía corriendo por mis venas, nunca acepté el machismo ni el patriarcado; siempre los repudié, a pesar de que en mi casa me los recetaron constantemente. Pero tampoco me convencieron de que la culpa de todo era de los hombres.
¿Es el machismo un problema de hombres?
Tal vez la influencia de mi papá marcó la diferencia. Siempre respaldó mis ideas, incluso las más descabelladas, y me inculcó la certeza de que la capacidad no depende de si se es hombre o mujer.
Me enseñó a sostener mis principios con firmeza, defenderlos cuando fuera necesario, pero también a escuchar y reconocer cuando me equivocaba. Esa conexión tan fuerte con él me impidió ver el machismo como un problema exclusivo de los hombres.
A lo largo de mis estudios en informática, ingeniería civil y finanzas, me encontré en entornos donde predominaban los hombres. Nunca me sentí en desventaja ni intenté diferenciarme por mi condición de mujer.
Simplemente trabajé, aprendí y me gané el respeto de mis colegas y amigos, a quienes admiro hasta hoy. Por eso, me cuesta entender esa postura que convierte a los hombres en enemigos.
¿Igualdad o venganza?
Si nos apegamos a la definición clásica del feminismo -la búsqueda de igualdad de derechos entre hombres y mujeres- no habría motivo para rechazarlo. Pero en la práctica, esa lucha se ha transformado, en muchos casos, en una revancha.
Se exige cancha pareja, pero imponiendo castigos. Se replican injusticias, se promueve la idea de que los hombres deben pagar por las arbitrariedades del pasado.
Aprecio los logros que han permitido que las mujeres voten, se eduquen y se desarrollen profesionalmente, pero no comparto la estrategia de atacar a los hombres, para alcanzar esos objetivos.
¿Existen ambientes hostiles? Sí. ¿Queda mucho por hacer? También. Pero, ¿realmente el mejor camino es aplicar la misma receta que nos trajo hasta aquí, con tantos daños colaterales?
Además, es un hecho que hombres y mujeres no somos iguales físicamente. Eso implica diferencias y limitaciones, que debemos reconocer y trabajar sin pretender que una imposición cambiará la realidad biológica.
La cancha pareja no se impone
El progreso no se construye derribando a otros. Además, el feminismo radical ha sido absorbido por corrientes ideológicas, que promueven una narrativa de victimización colectiva.
Pareciera que todas las mujeres deben pensar igual, y renunciar a su individualidad para ser aceptadas en el movimiento.
Personalmente, creo en la libertad de pensamiento y en que cada persona elija su camino sin presiones externas.
Si el machismo sigue existiendo, en parte es porque muchas mujeres lo perpetúan. ¿Cuántas realmente aplican en sus hogares o empresas la igualdad que defienden en público?
Muchas se benefician de los roles tradicionales, sin asumir completamente su independencia. Esto perpetúa el modelo que critican y lo transmiten a sus hijos, quienes siguen repitiendo patrones.
Por la igualdad de oportunidades
Al final, mi distancia con el feminismo actual no es con su esencia, sino con lo que se ha convertido en algunos sectores. Defiendo la cancha pareja, pero no quiero concesiones especiales por ser mujer; quiero que se reconozcan mis capacidades.
No necesito que me abran la puerta del auto, pero sí que se me respete como persona.
No busco estar por encima de los hombres, pero tampoco por debajo. Estamos en este mundo para hacer equipo, y dejarlo mejor de lo que lo encontramos.
En esta película llamada vida, las mujeres no somos víctimas; somos protagonistas.
Y no existe ninguna justificación para mantener diferencias artificiales de oportunidades.
En lugar de alimentar discursos de enfrentamiento, ¿no sería más útil replantear el feminismo para enfocarnos en el verdadero emparejamiento de la cancha?
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