Converso con el hombre que siempre va conmigo. ¿Cómo alguien puede sentirse solo?, mientras se tenga a sí mismo.
Resulta que hace unos años, en el Reino Unido primero, y después en Japón, las burocracia pública estableció una Secretaría y un Ministerio, respectivamente, para combatir lo que parece ser el mal del siglo 21: la soledad.
En el Reino Unido unas 200 mil personas duran más de un mes sin charlar con un familiar o un amigo; en Japón, todavía es peor, el 15 por ciento de los adultos- quienes viven solos- tienen menos de una charla cada dos semanas.
Puede que este siglo 21 sea la época de la humanidad donde hay más facilidades para estar con alguien, presencial o digitalmente, como dicen los gurúes de las redes sociales.
Desde antes de nacer podemos tener los primeros registros del ser humano; especie de fósiles o huellas digitales grabadas por los padres, que sobreviven a la persona y hacen del ciberespacio la verdadera eternidad.
¿Por qué tenemos miedo a la soledad?, si podemos estar siempre acompañados; basta abrir Facebook, Instagram, Tik Tok, Whatsapp, llamar o escribir correos. Todos los recovecos interiores del ser son expuestos en las redes.
Los aborígenes australianos tienen un ritual llamado “walkabout”, consistente en vivir seis meses solos en el desierto; ellos lo hacen para engañar al cerebro y evitar que se distraiga en el mundo exterior, para tomar conciencia de sí mismos.
La soledad ataca sin clemencia a las personas conforme cumplen años, y se dan cuenta que a adónde van no necesitan nada, ni serán nada, solo serán una sombra borrosa, cuyo nombre el tiempo escribió en el agua.
Porque “no son muertos los que yacen en la tumba fría, muertos son los que tienen el alma muerta y viven todavía”, como reza la frase a la entrada de un cementerio.
Comienzan una lucha contra el olvido, a llenarse en vez de vaciarse, y mueren solos, aunque estén rodeados de conocidos y desconocidos.
Fui a los bosques porque deseaba vivir deliberadamente, enfrentar los hechos esenciales de la vida, y ver si era capaz de aprender todo lo que la vida me tenía que enseñar, no quería descubrir a la hora de mi muerte, que no había vivido.”
Así reflexionaba el pensador norteamericano, Henry David Thoreau, sobre la búsqueda de la soledad para escuchar el sonido insonoro, la voz del silencio, como aconsejan los lamas tibetanos.
Deberíamos dedicar solo el uno por ciento, de los 1440 minutos de que se compone el día, para estar solos, es decir: 14 minutos. Retirarnos a un sitio tranquilo, donde nadie nos distraiga y escuchar a esa vocesita interna.
Las personas -comentaba el filósofo Marco Aurelio- gastan tiempo y dinero en viajes, con el sano propósito de tener un pequeño momento de paz; sin saber que la serenidad está ahí cerca, sin salir de la casa, dentro de cada uno.
Solo el necio busca la felicidad en la lejanía, el sabio la cultiva bajo sus pies.
—