Argos, de la Casa de Ulises
La última vez que fui al veterinario salí pinchado varias veces, y me dio un revoltijo de panza, que me tuvo tumbado varios días, sin ganas de salir ni de un buen hueso.
Uno no puede andar por la vida en un puro brinco, creyendo que es inmune a las enfermedades o accidentes , como si ni una pulga lo picara o mordiera una garrapata, de esas malas.
En mi familia perrihumana parecen hipocondríacos conmigo, me pasan revisando el pelo, las patas, la cola, el trasero, los dientes; me aprietan aquí y allá para saber si tengo inflamado; o si como esto o aquello, hasta cuando voy al zacate se fijan.
Detesto tomar pastillas, ni siquiera la del mareo para evitar vomitarme cuando salgo a paseos largos -como ahora- que estamos de vacaciones en la playa; tiemblo apenas veo la aguja, cuando me inyectan.
Pero debo reconocer la importancia de cuidar la salud, de manera preventiva; y más -como en mi caso- que salgo varias veces al día y tengo mucho contacto con humanos, caninos, felinos y cuanto ser vivo pasa por la calle.
Darle a un animal -de cualquier especie, incluidos los sapiens- la atención médica, puede prevenir enfermedades, emergencias de salud y aumentar su calidad y expectativa de vida.
En el caso de los caninos, sea cual sea la raza y edad, es esencial revisarla todos los días, verificar la limpieza de ojos, oídos y el cepillado de los colmillos para evitar problemas en esas áreas; aparte de una revisión frecuente por un profesional.
La buena salud comienza con la prevención, y nada mejor que un paseo diario -o varios- para mantenernos en buena condición física y liberar tensiones; igual que los humanos, nosotros nos estresamos.
Salir a caminar, o ir al parque a corretear con otros camaradas ayuda a fortalecer los músculos y los huesos, y prevenir el sobrepeso; los schnauzer somos muy comelones, y si nos descuidamos, subimos unos kilos y eso conlleva otros malestares.
Pero, como dice Mi Amigo, en el pecado va la penitencia. Los perros somos sociales y curiosos, compartimos con otros semejantes; exploramos el entorno, excarbamos la tierra, pasamos la lengua, levantamos la pata y nos revolcamos en la mugre.
Eso nos ocasiona alergias, se nos pegan bichos, nos intoxicamos, nos llenamos los intestinos de parásitos y nos da dolor de estómago, y lo peor: los virus y las bacterias.
De ahí que sea necesario desparasitarnos cada cierto tiempo y llevar un estricto control de las vacunas.
En general, la primera dosis se colocan por ahí de las seis semanas de edad. Después otra, la polivalente, en torno a las ocho semanas; posteriormente un refuerzo de esta a las 16 semanas, contra la rabia.
La desparasitación es cada tres meses, para matar los bichos internos; y la externa, una vez al mes, contra pulgas, garrapatas y ácaros.
¡Vivir es muy bonito, pero más si uno está sano!
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