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domingo, noviembre 24, 2024
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Los gazatíes, bajo las bombas: “¡No hemos hecho nada!”

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Imagen por SAID KHATIB

Gaza, Territorios Palestinos | AFP “¿Por qué? ¡No hemos hecho nada!”, grita un hombre, contemplando cómo se llevan los rescatistas el cadáver de un familiar suyo. Lo acaban de sacar de entre los escombros en un barrio residencial de la Franja de Gaza, bombardeada sin cesar por los israelíes en respuesta a la ofensiva de Hamás.

Un poco más lejos, en Shati, el mayor campo de refugiados del enclave, arrasado por las guerras y la pobreza, alguien grita: “¡Vengan! ¡Todavía está vivo!”.

Un socorrista se acerca, agarra la mano que emerge de entre los escombros y, ayudado por varios colegas y vecinos, logra rescatar a un hombre, atrapado entre los cascotes. Tiene la cabeza ensangrentada.

Decenas de voluntarios han acudido a ayudar a los equipos de rescate en esta zona, para encontrar los cuerpos y eventuales heridos entre los escombros dejados por el último bombardeo israelí en la Franja de Gaza, sometida ya a un “asedio total”, sin agua, electricidad ni carburante.

– “¿Dónde están mamá y mis hermanos?” –

Desde que el movimiento islamista Hamás, que gobierna en Gaza, lanzó el sábado un ataque en suelo israelí, matando a más de 1.200 personas, el enclave palestino vive bajo las bombas.

Día y noche, el ruido de las explosiones, drones y otras deflagraciones es incesante. Nadie duerme, tanto por el ruido como el miedo que despierta saber que cualquier casa está potencialmente amenazada.

Israel quiere “liquidar” al movimiento islamista y desde que inició esta operación, ordenada tras la ofensiva del sábado –la más mortífera desde la creación del Estado de Israel hace 75 años–, más de 1.300 palestinos han muerto en Gaza.

En Shati, este jueves por la mañana, los aviones de combate efectuaron decenas de bombardeos en solo media hora.

Un hombre saca a su hijo de cuatro años de entre los escombros. “Papá, ¿dónde están mamá y mis hermanos?”, pregunta el niño, con el cuerpo cubierto de polvo y sangre.

Jamal al Masri apenas entiende lo que acaba de ocurrir.

“Estábamos durmiendo y, de repente, todo el barrio quedó bajo las bombas del ocupante. Destruyeron mi casa”, cuenta a la AFP.

“La de mi hermano, la de mis padres y las casas de varios vecinos también…”, añade, aún conmocionado.

“Todo el mundo se ha visto afectado, hay fragmentos de cuerpos, cadáveres, los de mis hijos y los de los niños de otros”, explica. 

“¿Qué ha pasado, papá? ¿Esto nos está pasando de verdad?”, lo interrumpe su hija. “Todo irá bien”, le responde. “Vamos a quedarnos aquí, no nos iremos de Gaza”, asegura, pese a que a su alrededor nada parezca funcionar. 

– “Quizá no esté muerto” –

En  muchos barrios, los que no quedaron reducidos a ruinas humeantes, no hay electricidad.

La única central eléctrica que da suministro al enclave, donde viven 2,4 millones de palestinos (la mitad, niños) está parada, por lo que no hay ni internet ni agua ni tampoco funcionan las redes de telefonía.

En el hospital al Shifa, el más grande de Gaza, reina el caos.

Entre las idas y venidas de ambulancias, se amontonan vecinos para preguntar sobre sus allegados. Los heridos que vienen y van y también hay niños sentados en el suelo, paralizados, en silencio.

Un enfermero deja a uno de los menores al cuidado de un médico y pregunta, a gritos: “¿Alguien conoce a este niño?”.

Después, corre a atender a decenas de heridos que, acostados en unos finos colchones de espuma, esperan a ser atendidos.

Desde la morgue llegan sollozos, gritos de dolor, lamentos.

El depósito de cadáveres está lleno e incluso hay decenas de cuerpos, envueltos en sábanas, yaciendo en el suelo.

Un joven sale de allí, temblando. “Quizá no esté muerto. Su cuerpo no está ahí”, dice.

“Vamos a ver en el servicio de urgencias, seguramente lo estén operando”, repite, como si tratara de convencerse a sí mismo.


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