Plabennec, Francia | AFP | Durante 80 años, Aimée Dupré prefirió guardar silencio sobre la violación de su madre, en 1944, por soldados americanos.
El 6 de junio de 1944, 156.000 soldados estadounidenses, británicos y franceses desembarcaron en las playas del noroeste de Francia.
A un centenar de kilómetros, en su pequeño pueblo de Montours, Aimée, una joven de 19 años, se alegra como sus vecinos de la llegada de estos “libertadores”, que anuncia el fin de la ocupación alemana.
Pero la noche del 10 de agosto, dos G.I. –como se conoce a los soldados estadounidenses– entran en su granja. “Estaban ebrios y necesitaban una mujer”, resume con pudor Aimée, que ahora tiene 99 años.
De un viejo mueble, toma una carta que su madre, Aimée Helaudais Honoré, escribe “para no olvidar nada”.
Con una pulcra escritura, la granjera cuenta cómo los soldados dispararon a su marido, cómo las balas atravesaron su boina y cómo amenazaron a su hija.
“Salí a protegerla y me llevaron al campo. Me violaron cuatro veces cada uno, turnándose”, escribe en su misiva.
Ochenta años después, la voz de su hija se quiebra leyéndola. “¡Ay, mamá, cómo sufriste! Yo también pienso en ello todo los días”, murmura.
“Mamá se sacrificó para protegerme. Mientras la violaban, esperábamos en plena noche sin saber si volvería viva o si la fusilarían”, recuerda.
En octubre de 1944, tras la decisiva Batalla de Normandía, las autoridades militares estadounidenses juzgaron a 152 soldados por violar a francesas.
Pero Mary Louise Roberts, una de las pocas historiadoras en estudiar este “gran tabú de la Segunda Guerra Mundial”, considera que fueron muchas más.
“Muchas mujeres prefirieron callarse. Además de la vergüenza vinculada a la violación, el ambiente era de alegría, de celebración de los libertadores”, explica.
– “Mujeres fáciles” –
Para incitar a los G.I. a luchar lejos de sus hogares, “el ejército les prometió una Francia repleta de mujeres fáciles”, destaca la especialista estadounidense.
El diario Stars and Stripes, publicado por las fuerzas armadas estadounidenses, está lleno de fotografías de mujeres besando a los libertadores. “Las francesas están locas por los yanquis (…) Es por lo que luchamos”, titula el diario el 9 de septiembre de 1944.
“La perspectiva del sexo motivó a los soldados estadounidenses a luchar. A través de la prostitución y la violación, era una manera de dominar Francia, de dominar a los franceses que habían sido incapaces de proteger su país y a sus mujeres de los alemanes”, explica Roberts.
“Podemos estimar que no se señalaron cientos, incluso miles, de otras violaciones cometidas por soldados estadounidenses entre 1944 y su marcha en abril de 1946”, agrega.
En Plabennec, en el extremo oeste de Francia, Jeanne Pengam, de 89 años, recuerda “como si fuera ayer” la violación de su hermana mayor Catherine y el asesinato de su padre.
“El estadounidense negro quería violar a mi hermana mayor. Mi padre intervino y el soldado lo mató”, explica, rodeada de sus sobrinas.
Jeanne, de 9 años entonces, corrió a avisar una guarnición estadounidense a pocos kilómetros.
“Dije que era un alemán, me equivoqué. Cuando vieron las balas al día siguiente, comprendieron rápidamente que era un estadounidense”, dice.
Catherine guardará “este pesado secreto” hasta su lecho de muerte, donde se lo confesó a Jeannine Plassard, una de sus hijas, explica esta última.
“Yo le pregunté: ‘¿Conseguiste decírselo a alguien?’ Ella me respondió: ‘¿Hablar con alguien? Era la Liberación, todos estaban felices. No iba a contar algo así. ¡Nadie me creería!'”, recuerda.
– “Crimen negro” –
En un libro de 1976, el escritor Louis Guilloux cuenta su experiencia como traductor de las tropas estadounidenses tras el Desembarco.
Guilloux también participó en los juicios por violación ante los tribunales militares estadounidenses y señala que “los condenados a muerte son casi todos negros”, explica Philippe Baron, autor de un documental sobre el libro.
A estos soldados se los ahorcó en las plazas de los pueblos franceses, como ocurrió con los violadores de Aimée y Catherine.
Pero “detrás del tabú de la violación por los libertadores, se esconde el vergonzoso secreto de un ejército estadounidense segregacionista (…), a veces ayudado por autoridades locales racistas”, asegura Baron.
Para Roberts, cuando el mando militar se da cuenta que “la situación está fuera de control”, “decide convertir a los soldados negros en los chivos expiatorios para transformar la violación en un ‘crimen negro'” y “mantener la reputación de los estadounidenses blancos”.
Entre 1944 y 1945, 25 de los 29 soldados condenados a muerte por violación son negros.
“El ejército decía que ‘los negros eran violadores en potencia’, que tenían una ‘sexualidad exacerbada’, un estereotipo racista del Sur” de Estados Unidos, explica.
La historiadora precisa que solían pertenecer a unidades logísticas que permanecían durante más tiempo en un lugar y tenían más contacto con la población, “entre ellas mujeres”.
“Los soldados blancos estaban en unidades móviles. Podían violar a una francesa por la noche y marcharse en la mañana, sin ser detenidos. Y si eso ocurría, se solía cuestionar el testimonio de la víctima”, agrega.
Sometida a vigilancia policial en 2013 tras la publicación de su libro sobre esta historia, Roberts estima que, 80 años después del Desembarco, “el mito del G.I. continúa”.
“La Segunda Guerra Mundial es LA guerra buena, porque todas las guerras que libró nuestro gobierno desde entonces fueron derrotas morales, como Vietnam o Afganistán”, analiza.
“Nadie quiere perder al héroe estadounidense que nos enorgullece: valiente, protector de las mujeres (…) Aunque esto signifique perpetuar la mentira”, concluye.
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