Encender velas en Navidad, del color que sean, es una vieja tradición del norte de Europa -probablemente vikinga- que simboliza la “luz del mundo”, o la esperanza de que el sol -oscurecido por el invierno- aparezca de nuevo.
La cristiandad adaptó la costumbre de prender una vela llamada “Yule”, y acomodarla a la idea de la Estrella de Belén, para que el creyente encendiera velitas en las ventanas, y guiara al espíritu de Cristo a través de la negra noche.
A veces el rito acababa en tragedia, por los incendios ocasionados por descuidos humanos; asunto que no era de extrañar, si consideramos que en la Alemania del siglo 18 destinaban 400 velas para la decoración de un árbol.
Hoy -en lugar de velitas- se colocan en los árboles y ventanas bombillitas de colores, las cuales se utilizaron por primera vez en 1882, en Estados Unidos, por gentileza de la Compañía de Electricidad de Tomas Edison.
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