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jueves, noviembre 21, 2024
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La vida es imperfecta

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Nada dura. Nada está completo. Nada es perfecto.  Pero a veces creemos que todo el universo conspira contra nosotros. Nos victimizamos. Nos flagelamos. Somos un “ay de mí”. Y clamamos al cielo: ¿Por qué me sucede esto?

El cementerio está lleno de personas que se consideraban imprescindibles. Guiamos nuestra vida por tres quimeras: la perfección, la felicidad y el éxito.

Queremos que todo sea perfecto: el trabajo, los amigos, la pareja, los empleados, los negocios, todas las relaciones personales y profesionales, y que nunca nos traicionen, ofendan, menosprecien, burlen, engañen o estafen.

Buscamos la tierra prometida de Instagram, plena de dicha y logros, sin saber que la vida atraviesa un camino de fuego marcado por el dolor, la enfermedad, la vejez y la muerte.

El taoísmo acuñó el concepto “wabi sabi”, pasó al budismo zen y los japoneses lo llevaron a su máxima expresión, y significa: la elegante belleza de la humilde simplicidad, combinado con la impermanencia y el deterioro.

Debemos disfrutar del presente, hallar la paz y la armonía en las pequeñas cosas, aceptando que todo es fugaz, mudable e incompleto.

 Wabi sabi es aceptar que el mundo no gira alrededor de mi ombligo, que la vida es resolver problemas, que las cosas nunca salen como yo quiero, y que mis expectativas -con las personas sobre todo- pueden y de hecho fallan.

Me porté bien, confié, apoyé y otras expresiones usadas para describir la maravillosa persona que soy, quedan en silencio cuando me enfrento a la terrible realidad de que giro alrededor de mi ego y descubro que el problema soy yo.

Las personas no son como yo quiero que sean; intentamos tener una rutina, estabilidad, seguridad y cuando -por alguna circunstancia- desaparece nos sentimos solos, generamos ansiedad, nos enfermamos y amargamos a los demás.

Tememos a la incertidumbre, pero el cerebro evolucionó para buscar salidas creativas ante las amenazas a la existencia -ya sean físicas o emocionales- en lugar de abatirnos y pensar -como Jean Paul Sartre -que el infierno son los otros.

La convivencia se vuelve una tortura personal, porque los demás ven el mundo distinto y no puedo adaptarme a ese enfoque, por eso lo rechazo y me encierro en el pobrecito yo.

Allá por el siglo 15 el budismo zen propuso el “kintsugi”, es decir: todos podemos reconstruirnos, elevar nuestra autoestima, potenciar las habilidades y ser bondadosos con todos, y en especial con nosotros mismos.

El “kintsugi” proponer reparar -por ejemplo- una vasija rota, pero en lugar de tapar las roturas, dejar las marcas y más bien destacarlas con laca vegetal y polvo de oro. Lo perfecto es enemigo de lo bueno.

Esto es una bella metáfora sobre la condición humana, y como reconciliarnos con nuestras fallas por medio de la compasión y el amor hacia las cicatrices que la vida deja.

Esas marcas son los golpes de la existencia; los malos ratos, los errores; y como decía el poeta Rumi: la herida es el lugar por donde entra la luz.

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