Imagen por Robyn BECK
Felicity, Estados Unidos | AFP Después de huir de una guerra, graduarse en Princeton, crear una empresa, luchar en ora guerra y 639 saltos de paracaídas, Jacques-André Istel decidió que el siguiente paso en su vida era fundar un pueblo en el desierto el centro del mundo.
Y grabar en él, apenas, la historia de la humanidad.
Istel, un franco-americano de 94 años con un increíble repertorio de anécdotas y hazañas, fundó Felicity en 1986 en el desierto de California en un lote baldío que compró décadas atras.
Lo que comenzó con dos pequeñas casas se convirtió en un lugar descrito por turistas como “extravagante”, “kitsch” y “fascinante”.
Felicity alberga piezas como un reloj solar cuya aguja es una escultura del brazo derecho de Dios pintado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, y un antiguo pedazo de la escalera de la torre Eiffel.
Pero el corazón del pueblo es un ambicioso museo al aire libre. Una sucesión de 723 enormes paneles de granito rojo en las cuales fueron grabadas cápsulas sobre historia, geografía, política, ciencia, moda y cultura.
“Esto no existe en otro lugar del planeta”, dice a AFP Istel, quien bautizó al pueblo en honor a su esposa Felicia.
– El centro del mundo –
Desde el cielo, la disposición de los paneles asemeja una mujer de vestido.
Desde la tierra, están distribuidos de forma temática.
Istel les agregó el toque personal a estas hojas de granito revisadas metódicamente por Felicia.
El espacio funciona entre octubre y abril, los meses menos calientes en este ardiente desierto, a pocos kilómetros de la frontera con México.
“¡Bienvenidos a Felicity!”, recibe Diane Baptiste a los turistas. En seguida la guía cuenta que aquí está “el centro del mundo, con sello oficial”.
“El centro del mundo puede ser en cualquier lugar”, reconoce un sonriente Istel.
Pero no cualquier lugar ostenta la certificación oficial.
De acuerdo con su fábula infantil, un dragón invisible encontró el centro del mundo en Felicity. Las coordenadas del lugar fueron certificadas por autoridades locales en 1985.
El centro del mundo está protegido por una pirámide de granito de seis metros de altura.
Al frente se abre el museo de la historia de la humanidad, y una pequeña capilla se alza en el extremo opuesto.
Istel es alcalde honorario desde 1986, cuando arrasó con tres votos en las urnas de Felicity que sólo tenía dos habitantes.
No hubo fraude: las autoridades constataron que el tercer voto fue del dragón invisible, el mismo que encontró el centro del mundo.
– “Un alborotador” –
Istel nació en 1929 en una privilegiada familia en París. Las guerras atravesaron su vida en varias ocasiones.
“Mi padre partió a Inglaterra con [Charles] De Gaulle, mi hermano dejó el Ejército francés para ir a Canadá y se enlistó en la Fuerza Aérea Real Canadiense y eventualmente murió, y mi madre y el resto de nosotros vinimos a Estados Unidos”.
De respuestas cortas y un sentido del humor afilado, este economista, que soñaba con ser ingeniero, hizo carrera con el paracaidismo al que se abrazó cuando era una actividad de riesgo, para ayudar a convertirla en un deporte.
Gracias a su experiencia y contribuciones desde la empresa Parachutes Inc. es considerado por algunos como “el padre del skydiving en Estados Unidos”.
Ahora se considera “un tábano de la historia”.
A sus 94 años, sube sin pausa los 49 escalones hacia la capilla que corona el pueblo.
Nada media hora al día en su piscina y disfruta de una cerveza helada mientras y habla de su de encuentro con el fotógrafo Henri Cartier-Bresson, anécdota a la que le siguen algunas de sus tiempos en la guerra de Corea.
No brinda con agua para evitar la mala suerte, ni pierde el hábito de desayunar en la cama. “He sido malcriado desde niño”, cuenta en su estudio en el que diplomas, libros, fotos y mobiliario de época narran la historia de una vida singular.
“Era un alborotador”, dice sobre su juventud. “¡Espero aún serlo!”.
Felicia, su esposa de cinco décadas, menuda y siempre sonriente, no revela su edad que debe aproximarse a la de su esposo. Pero afirma que el secreto de la longevidad es “mantenerse en movimiento”.
– “Todo se olvida” –
Istel visualiza el museo como un espacio educativo. A menos que llegue un gran terremoto.
“La parte positiva es que los arqueólogos del futuro desenterrarán un gran hallazgo”, bromea este hombre que no cree en legados: “Todo se olvida”.
Pero su determinación dejó huella en esta región de atardeceres anaranjados y cielo infinito.
“Felicity es una pequeña comunidad”, dice Shelley Evans, quien durante casi una década ha viajado desde Georgia para grabar decenas de paneles, la mayoría de noche para evitar el lacerante sol del desierto.
Pero aún hay paneles en blanco.
“¡Es lo que me mantiene despierto en las noches!”, sonríe. “No es verdad, yo duermo bien. Pero sí pienso en los próximos paneles”.
“En Felicity no hacemos las cosas a medias. Las hacemos debidamente o no las hacemos”.
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