Ellos son muchos. Están bien armados y experimentados, es lo más selecto de la nobleza francesa, llegaron con sus caballeros, hidalgos, hombres de armas y vasallos. Sus armaduras relucen al sol y los caballos, bellamente enjaezados.
Nosotros somos pocos, pero tenemos una ventaja. Usamos un arco largo, de casi dos metros de alto. En tres segundos colocamos la cuerda, y podemos lanzar seis flechas por minuto, a 300 metros de distancia acertamos con mortal precisión.
Es el viernes 25 de octubre, día de San Crispín. Año 1415. En la aldea de Agincourt, a 200 km al norte de París, dos titanes derramarán su sangre: ingleses y franceses. Los primeros, al mando de Enrique V.
La víspera llovió con intensidad. Los anglos durmieron a la intemperie; los galos dentro de sus carpas; atiborrados de vino y provisiones celebraron -con anticipación- la victoria, sobre unos invasores diezmados por la disentería.
Antes de la batalla, el joven monarca lanzó su arenga a las tropas. La escena la inmortalizó William Shakespeare, en Henry V; hoy, seis siglos después de aquel día, muchos se lamentan de no “haber sido uno de los felices escogidos”.
“No soy codicioso de oro, ni me importa a quién alimento a mi costa; no me importa que otros lleven mis ropas; tales cosas exteriores no entran en mis deseos.”
El rey estaba confuso, sufría con amargura la desolación de sus hombres; tras una noche de reflexión encontró la fuerza interior para afrontar la imposible tarea, con el valor y la entrega necesaria, que les permitirá alcanzar la gloria.
“Si hemos de morir, no tiene que perder nuestra patria más hombres de los que somos; y si hemos de vivir, cuanto menos seamos mayor será la honra que le tocará a cada uno.”
Así habló Enrique V a su primo, quien se lamentaba de ser tan pocos. Quien no quiera pelear -dice el rey- que se vaya; quienes se queden y triunfen, serán recordados como héroes, y se pondrán de puntillas al escuchar su nombre.
Hay que ser valientes ante la adversidad; cada herida de la vida es una cicatriz que debemos mostrar con orgullo, porque “los viejos olvidan, todo quedará olvidado, pero él recordará, mejorándolas, las hazañas que hizo ese día.”
Compañerismo, liderazgo, compromiso, fe, honor, motivación, son algunos de los valores que inspiró Enrique V en sus soldados, muchos de ellos eran granjeros, quienes abandonaron sus tierras para compartir su destino.
A veces debemos dejar las comodidades para encontrar el propósito de nuestra existencia; porque “quienes ahora están en la cama, se considerarán malditos por no haber estado aquí, y les parecerá mísera su valentía.”
Si el reto es imponente, debemos unirnos y superarlo entre todos; alcanzar la felicidad, lograr la unión y vencer la vanidad del individualismo, porque es mejor morir juntos que vivir separados.
“Y jamás pasará el Día de San Crispín, desde hoy y hasta el fin del mundo, sin que seamos recordados en él nosotros, pocos, felices pocos, nosotros, grupo de hermanos…”
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