Imagen por Barbara DEBOUT
Bangui, República Centroafricana | AFP Yaguina Nesly espera su turno frente a una construcción de chapa pintada de blanco y verde donde funciona una de las numerosas farmacias informales de la capital de la República Centroafricana, ilegales pero de momento toleradas.
“Siempre compro mis medicamentos aquí, porque en el hospital sólo se puede consultar si se tiene suerte”, dice la joven habitante de Bangui, de 23 años.
“Prefiero venir a ver a los ‘Docta’ del barrio”, como se designa a los encargados de estas farmacias, “pues es más rápido y más barato”, explica.
Stephen Liosso Pivara Bembe, de 33 años, le da pastillas para el dolor de estómago. En bata blanca y un estetoscopio colgado del cuello, cuenta que nunca pudo terminar sus estudios de medicina por falta de dinero.
Trabaja siete días a la semana en esta botica adornada con dibujos de cápsulas de remedios amarillas. Un eslogan en letras blancas proclama: “La salud ante todo”.
Estos locales son vitales para la población más pobre de este país de África Central, el segundo menos desarrollado del mundo según las Naciones Unidas y en guerra civil desde hace 10 años.
No obstante, suelen acarrear problemas, como la proliferación de medicamentos de mala calidad o falsos y el aumento de la resistencia a los antibióticos o favorecer el ejercicio ilegal de la medicina.
A falta de un censo oficial, la AFP contabilizó una docena de estas “minifarmacias” en la avenida de Francia, una gran arteria de un barrio pobre de Bangui, ante las cuales se forman diariamente largas colas, especialmente al final del día.
– Consultas gratuitas y remedios más baratos –
El acceso a la atención médica es muy limitado en este país, que padece una escasez crónica de personal sanitario cualificado, de equipos y de medicamentos.
El sistema de salud sobrevive gracias a la ayuda internacional.
Organizacione humanitarias brindan cerca del 70% de los servicios médicos y 2,7 millones de personas -la mitad de la población- necesitan asistencia sanitaria de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas.
En el distrito 5, el estudiante de enfermería Antoine Bissa, de 39 años, acomoda los estantes de su farmacia bautizada “Bibi pharma”. Cuenta que recibe cada día a un centenar de personas “para inyecciones o para medicamentos, hasta las once de la noche”.
Padre de cuatro hijos, obtiene sus ingresos de esta única actividad.
También ofrece “consultas gratuitas” y “medicamentos más baratos”. Pero, “si es grave, se aconseja a las personas ir al hospital para un tratamiento profundo”, precisa.
La mayoría de los habitantes vienen para curarse de la malaria, bajar la fiebre, obtener un remedio antiparasitario o para recibir primeros auxilios.
Gilles Doui quiere aliviar sus dolores musculares. “Tengo tres hijos y mi salario no me permite pagar los remedios en farmacias” habilitadas, cuenta este funcionario de 35 años, esperando su turno en un banco.
“Prefiero pagar unas pastillas que una caja entera”, añade.
“Vendemos los medicamentos según las posibilidades económicas de cada uno”, a la unidad si es necesario, detalla Stephen Liosso Pivara Bembe.
Sin reconocimiento oficial ni autorización para ejercer, indica que se abastece en Camerún, el Congo y Francia.
“No trabajamos en asociación con las ‘minifarmacias'”, asegura Romuald Ouefio, director de asuntos de Farmacia y Medicina tradicional en el ministerio de Salud.
“Están en el sector informal y favorecen la proliferación de medicamentos de calidad inferior o falsificados”, denuncia.
Ouefio también menciona “casos de resistencia a los antibióticos”.
“Prevemos un diálogo dentro de unos meses con los dueños de estas ‘minifarmacias’ para sensibilizarlos a reconvertirse en otras actividades”, como primera fase de “una represión muy robusta”, advierte.
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