Argos, de la casa de Ulises
En las tardes, cuando estoy patas arriba en el sillón, recuerdo las veces en que Mi Amigo -para molestar- me ofrecía una golosina y yo, de ingenuo, me lanzaba como un torbellino, para buscarla por toda la casa.
Eso lo hizo unas tres veces, pero mi sexto sentido perruno me decía cuándo era verdad o mentira, así que podía dormir en paz y no le “daba pelota”.
Los humanos y caninos somos animales gregarios; desde hace unos 35 mil años chocamos patas y manos, y aceptamos vivir juntos bajo un pacto de solidaridad y cooperación mutua.
Vivir en un grupo, o solo con otro sapiens, desarrolló en nosotros la capacidad de identificar emociones como el miedo, los nervios, el peligro, la alegría o las enfermedades, para protegernos y sobrevivir.
Tanto en aquellos remotos días de las cavernas, como en estos tiempos, la confianza es básica; quien la pierde es condenado a vivir aparte, ser expulsado de la comunidad y lanzado a la soledad.
Hace poco varios caninos ladramos sobre ese tema, mientras veíamos a los humanos en un partidillo de fútbol. Jacko -un maltés blanco cruzado con french poodle- dijo que unos supuestos científicos europeos investigaron nuestro talento para evaluar a los sapiens.
Nosotros -dijo Jacko con aire académico- somos como un polígrafo, percibimos las variaciones humanas en la respiración, la temperatura, el tono de la voz y hasta los cambios en el lenguaje corporal.
Con ayuda de nuestros instintos, y en eso ningún sapiens nos gana, decidimos si podemos confiar en él, y podemos seguir sus instrucciones pero sabemos que miente.
Tenemos un tercer ojo, terció Nala -una perrita toda coqueta y muy chispa-. Si alguien demuestra que no es de fiar, le concedemos el beneficio de la duda dos o tres veces, pero una vez que verificamos sus mentiras, nos hacemos los indiferentes.
En esos casos podemos aceptar sus órdenes, porque reconocemos que el jefe de la manada es el macho alfa, o solo obedecemos para no complicarnos la vida y nos dejen en paz.
¿Cómo sabemos que nos dicen la verdad o nos mienten? Muy fácil. Los caninos nos movemos basados en patrones; lo que pasó antes, volverá a ocurrir. Por ejemplo: Mi amigo y yo caminamos siempre a la misma hora en la mañana, eso es un hábito para mí.
Si ese comportamiento varía, yo lo noto y “memorizo”; él no lo advierte, pero si intenta engañarme con que saldremos a callejear y no lo hace, ya dispongo de una anterior radiografía de su verdad, y la comparo con sus falsas promesas de salir.
La mentira, dice Mi Amigo, se construye desde la fantasía; la verdad está basada en hechos. Por eso, quien miente debe crear cada vez más fantasías incapaces de sostenerse en el tiempo, y peor aún, sin ningún soporte concreto.
Por eso ladro a los desconocidos que me inspiran desconfianza; y puedo identificar a quienes merecen mi credibilidad, mientras no me defrauden y piensen que los canes nos chupamos la pata.
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